miércoles, 29 de abril de 2020

ZENÓN, EL PESCADOR


Cultivando Lectura: CUENTO - ZENÓN EL PESCADOR (Resumen)

Zenón ayudaba a su padre a pescar. El padre arrojaba el anzuelo en una profunda poza del río  y extendía el cordel por sobre  las bajas ramas de los árboles hasta la puerta de su choza,  con una pequeña lata confeccionada como timbre o campanita, al extremo.
El tintineo de esta lata anunciaba la caída de un pez. De cualquier sitio de la chacra era oído aquel tintineo. A veces a media noche sonaba la alarma, y Zenón era el primero en escuchar el aviso y despertaba a su padre. No había cosa que más gustara en el mundo a Zenón que esa pesca emocionante.
Un día sus padres se fueron al pueblo a hacer compras, recomendando a Zenón que no se moviera de la choza. Pero el muchacho, tan luego como sus padres desaparecieron  del alcance de su  vista deseo pescar en el río  con su pequeño anzuelo de caña. Y después de sacar lombrices para carnada, cavando con su  machete en la tierra húmeda de la chacra, se marchó caña al hombro río arriba en busca de un sitio apropiado.
Encontró una amplia y limpia   playa, con agua empozada. Cortó una ramita para ensartar en ella, por las agallas, los peces que cogía. Zenón estaba pesca que pesca en la soledad quemante del sol, ningún tiro era perdido, tanto que ya tenía casi cubierta de peces de toda clase y tamaño  la ramita de más de un metro de longitud.
De pronto el muchacho se fijó en unos montoncitos de arena y hojarasca que se levantaban en la playa no muy lejos de él. “Huevos de caimanes” se dijo; y siguió pescando, sin hacer caso el fuerte sol de media mañana ni de las mariposas que se posaban en sus desnuda cabeza de pelo lacio, ni  de los tábanos que le picaban en los pies descalzos y en las manos… pero esos montoncitos de hojas y arena que encerraban huevos de caimanes, le fascinaban; había oído contar  que los huevos de caimán sonaban  como campanillas al ser tocados, y que ante este sonido aparecían furiosos los caimanes, sobre todo las hembras. ¿Sería cierto? Sin embargo, ¿Dónde estaban los caimanes? No los veía por el río, solo había visto pasar por la orilla una boa.
Los caimanes estarían cerca  indudablemente, andando en el bosque  o descansando bajo los árboles. “No, no, de ninguna manera tocaría el esos peligrosos montoncitos… ¡Si hubiera traído la carabina!”  Ya tenía una gran sarta de pescado. Ya era hora de volver… enroscó el sedal en la caña, sumergió dos veces la sarta en el agua… y se iba… pero esos montoncitos de hojas y arena, ¡bah!, ¿por qué no hacer la prueba? Después correría, correría, ¿acaso no sabía correr? Los  caimanes no lo alcanzarían… y el atrevido Zenón  toco con la punta de su caña, no solo un montoncito, si no tres, de modo que se produjo un simultáneo campanilleo… y muchos caimanes, los ojos chispeantes y con tremendo ruido, se vinieron contra él del bosque, de aguas arriba, de la otra ribera… Zenón, felizmente, trepó como un mono a un árbol de la orilla, los caimanes,  rabiosos como ojos encendidos, gruñendo y topeteándose se acercaron al árbol.
Zenón, estaba rodeado por las fieras, y estas no le mostraban intensión de retirarse. El muchacho sin embargo, no perdió  el ánimo. Desde la rama del árbol agachándose provocaba a los caimanes con su caña… hasta que se acordó que esos animales tenían pánico al rugido del tigre. Poniéndose las manos juntas y ahuecadas sobre la boca, imito el rugido del tigre, tan perfecto que los caimanes se hicieron humo, se retiraron, desaparecieron en las aguas… El vivaracho Zenón,  sonriendo,  bajo del árbol y con su sarta de peces en la espalda regresó a su casa.
Necesario es saber que los caimanes tienen pánico al tigre porque les come la cola… Si un caimán está en la orilla de un río o de un lago y oye rugir al tigre, desaparece velozmente en las aguas; pero si se halla en el bosque se paraliza de terror y el tigre le come la cola a dentelladas, únicamente la cola, sin que el caimán diga esta boca es mía. Pero si un tigre pasa silenciosamente por un río lleno de caimanes estos lo destrozan en menos tiempo en que pica un zancudo, por eso el muy ladino, antes de atravesar un río, ruge en la orilla.
                                                                                 Cuento de: Francisco Izquierdo Ríos    


                                    

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